Para ser feliz no hay una sola receta. Las posibilidades son tan amplias como personas existen.
Vivir es, entre otras cosas, forjar proyectos y llevarlos a cabo. Vamos “haciendo” nuestra vida conciente o inconscientemente de acuerdo a esa búsqueda de felicidad. Por eso tiene tanta importancia nuestra pretensión vital, aquello que cada uno le pide a la vida y procura conseguir por todos los medios.
Somos felices en la medida en que alcanzamos aquello a lo que aspiramos. El problema es que muchas veces eso no sucede, porque aspiramos quizá a demasiadas cosas. Parecería que estuviésemos condenados a una perenne frustración, ya que la realización de esa felicidad es siempre insuficiente.
No debe confundir felicidad con placer, el placer en su mismo disfrute se termina de inmediato, o sea se desvanece. Por otro lado es necesario diferenciar la necesidad de tener "deseos" para poder cumplirlos y ello hacernos felices, pero para ello se necesitan las "ganas", ya que ese el motor para cumplir los deseos. Si solo tenemos ganas y no apuntamos aun deseo, nos moveremos en la inmediatez de los placeres y no en la satisfacción de los deseos.Si solo tenemos deseos y no ganas, nos frustramos por no cumplirlos y no vemos al movilizador que tengo que tener en mi para cumplirlos, o sea las ganas.
Pero existe una manera más realista de considerar esa felicidad. Atribuimos un excesivo valor a nuestras pretensiones, a nuestros proyectos e ideales últimos y no al camino que realizamos para alcanzar esa felicidad. Cuando la felicidad en nuestras vidas aparece siempre con “miras hacia el futuro”, surgen las frustraciones y amarguras. Pero si atribuimos valor al camino que hacemos por alcanzarla día a día, vivimos ahora esa felicidad, la que se presenta como realización de un deseo inmediato.
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